Como un ángel sentado en manos de un barbero,
empuñando mi jarro de canales hirsutas,
en arco el hipogastrio y el cuello; un gambiero
en la boca; en el aire, impalpables volutas.
Como la sirle cálida de un viajero palomar,
mil sueños en mí dejan, sus dulces quemaduras
y mi corazón triste, parece ensangrentar,
el sombrío oro joven de aquellas chorreduras.
Luego, cuando he engullido mis sueños con cuidado,
treinta o cuarenta tarros he bebido, y me inclino
devoto hasta que el agrio eructo he soltado.
Dulce como el señor del cedro y los hisopos,
hicia los cielos foscos, alto y lejos, orino,
con el consentimiento de los heliótropos.
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Simplemente una belleza.
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