"No voy a dejar de hablarle sólo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo." Oscar Wilde
jueves, 3 de junio de 2010
Ejercicio
El cuarto se quema fácilmente. Enciendes el farol, la canallada, la mentira, la treta y el libro, y las hojas del desastre comenzarán a caer una por una casi tan fácilmente como las lágrimas del romántico. Y el fuego arderá como la piel de un niño en la hoguera, con mucho dolor. Y la humareda será tan grande que tu conciencia se verá cegada ante la cruda verdad que no has querido comprender hasta ahora. Porque nadie te pidió que fundieras tu sangre en el indecoroso incendio del Armagedón. Y ahora te encuentras suspendido entre las algas que crecen en las rocas y el agua que intenta apagar la pira caliente de tu sangre. Entonces lo ves: ahí estás con tu cara de imbécil y tus modales perfectos, y tu preciada inteligencia que nadie ha sabido valorar, y tu vocabulario pulido por años de lectura, mientras la vida te pasaba por el lado. Así lo comprendes: todo lo que aprendiste no te sirvió de nada porque lo que necesitabas para ganar esta guerra era nada, simplemente ser nada más que un bellaco violento y estúpido como una rana. Y tu estúpido ceso tan bien formado, tu estúpida conciencia y tu maldita capacidad de amar se ven aplastados por la mirada dispersa e infinitamente vacía del verraco con olor a desagüe que te venció en la más absurda de las batallas. Esa que tu tan bien formada persona supo perder de la manera más infantil y vergonzosa, porque es patético cómo lograste dejarte de lado y hundirte lentamente en el fango de la derrota y de la tragedia que ahora consume lentamente tus días.
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