lunes, 20 de diciembre de 2010

CARTA DEFINITIVA

 Queridísima Lotte:

      "No estoy viviendo, sólo estoy matando tiempo", pero por Dios que te extraño, cada célula de mi cuerpo se encarga de recordármelo a diario, a cada minuto y cuando te veo mi corazón explota de emoción; sé que es tonto considerando la situación, pero qué le voy a hacer, si la cabeza no manda, no en mí por lo menos. Entonces hablamos y te trato mal tratando de negar -un psicólogo lo diría así-, pero es que no tengo más opciones, dadas las circunstancias y considerando que no puedo dominarme. Mientras tú sigues tu vida normal, sin recordarme probablemente más que como una anécdota que no contarás a tus nietos, ni a nadie, obvio. Un secreto incómodo. Yo en cambio sigo atado a eso que nunca fue, a una linda historia de errores que se borró de tu memoria mientras se incrustaba en la mía, en mi inconsciente incapaz de borrar lo que proviniera de tu recuerdo. Entonces, por lo menos una vez a la semana, apareces en mis sueños envuelta en tu eterno aire de melancolía y fragilidad; es ahí, en mi mundo onírico perfecto, donde por fin tus ojos se alzan hacia los míos y dices toda la verdad -la verdad que yo quiero que se cumpla, claro-
y escucho las palabras definitivas (que cada uno imagine las suyas). Entonces me pongo a llorar como un bebé y te digo lo que he tenido guardado todo este tiempo, eso que mi blindaje
anti-emociones me impidió decir antes, cuando estábamos a tiempo de hacer del futuro algo perfecto para ambos. Luego despierto y no estás a mi lado, ni siquiera a mil metros a la redonda y si estás cerca físicamente por alguna casualidad, estás a mil años luz de distancia en el pensamiento.
      Recuerdo la primera carta que te escribí: Estaba llena de palabras duras y gritos escritos mientras mis ojos estaban bañados en lágrimas. No podía entender la situación, no podía explicarle a mi mente que todo lo que creí tan cierto alguna vez fuese una mentira ¿Y qué digo pensar? más bien todo lo que sentí y sentimos -sé que era mutuo-. Han pasado meses desde esa carta y desde esa conversación posterior, tantas cosas han pasado entre ambos pero por separado que se ha impuesto entre nosotros un sabio silencio que se supone debe sanar mis heridas o conseguir que olvide que alguna vez nos conocimos. Bueno, te informo que ese silencio de sabio tiene lo mismo que de útil: cero. Mi vida probablemente nunca vuelva a ser la misma después de todo. Claro, esto no lo escribo porque encuentre algún placer en seguir tocando estos temas, es que simplemente no quiero que creas que se acabó para mí, pero es probable que nunca te enteres porque todavía estoy decidiendo si entregarte esta carta o no hacerlo y seguir como si nada, pero necesito expresar de algún modo que todos estos meses no han pasado en vano, porque en ellos he descubierto lo profundo que sentí y lo importante que fuiste y eres. Y ahora lo digo probablemente con más tranquilidad porque las lágrimas se han ido -ahora aparecen apenas por unos minutos al día- y porque he meditado mucho al respecto. Repito: esto no es un intento de convercerte de algo ni nada, estoy simplemente buscando la forma de sacarte de adentro para poder volver a vivir y no seguir matando el tiempo.
     En un momento me sentí muerto, seco. Luego húmedo, bañado en lágrimas; un ente que se movía por inercia, por el dolor. Ahora tengo más claridad mental, pero no así emocional -ahí sigue todo igual de confuso- y me muevo llevado por la intranquilidad. Este soy yo, allá tú con tu nueva vida que espero sea feliz. Yo seguiré tratando de recuperar la mía cuanto tiempo sea necesario, así pasen los años y me toque la vejez con sus manos crueles. Adiós.

Werther

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