domingo, 25 de diciembre de 2011

Buonarroti



He crecido observando la obra de Miguel Ángel Buonarroti (quizá lo conozcas de una de las estrellas de la fama de la Avenida Renacimiento, esquina Hombre Universal), gracias a mi adorado abuelo materno. He leído mucho sobre su vida y cada vez que lo hago me encuentro con un hombre obsesivo, apasionado y atado a un destino trágico. Un hombre que se propuso la  monumental tarea de trascender su ego y dejar un legado de belleza, equilibrio y armonía, pero que también logró plasmar en sus obras la naturaleza trágica de su propio espíritu- la llamada Terribilitá, descrita como el rasgo de ira y fortaleza expresada en sus personajes.  La cólera, la increíble fuerza y las miradas furiosas de sus personajes transmiten las propias pasiones contenidas de este temperamental artista. 


Como dato curioso les diré que este artista se consideraba a sí mismo un escultor y defendía con férrea pasión esa profesión, generando una gran rivalidad con un tal Leonardo Da Vinci (no creo que hayan oído de él), al que trataba de "mujercita", porque la pintura al óleo para Miguel Ángel era tarea de amas de casa y mujeres jóvenes, y como saben a Leonardo le tomó más de cuatro años pintar ese famoso cuadro que mide 77 cms de alto y 53 cms de ancho (Gioconda) incluso con el apoyo de todo un séquito de ayudantes. Por su parte, Miguel Ángel, tozudo como era, se negó tajantemente a recibir cualquier tipo de ayuda en la realización de la pintura que cubriría la bóveda de la Capilla Sixtina, y durante cuatro años luchó contra la gravedad, sus deseos de huir y contra la porfía del papa que le exigió realizar tal tarea contra su voluntad. Así fue que cubrió un techo de unos cuarenta por veinte metros aproximadamente con una obra sobrecogedora y única en la historia de la humanidad. Nótese y repito: esta monumental obra fue realizada contra su voluntad. 


Migual Ángel era un ser solitario y huraño que cuando encontraba la pieza de mármol perfecta para su siguiente proyecto se encerraba en su galpón durante días, semanas y meses apenas con lo necesario para sobrevivir y esculpía sin parar, hasta el punto de terminar flaco y enfermo después. Odiaba su figura, su nariz quebrada y su fealdad. Amaba al arte y a la belleza. Amaba la filosofía y la poesía. Aunque sea difícil de creer, este hombre salvaje y complicado vivió en el palacio de Lorenzo de Medicci, el Magnífico, bajo la tutela de los más importantes filósofos, artistas y maestros de su época. El arte supo en él tener una fuerza y potencia que difícilmente puede ser comparada con la de cualquier otro artista, principalmente   porque además de la perfección técnica se expresa la furia, la cólera y el signo de un alma trágica que quiso dejar un legado más grande que su propio nombre. 



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