sábado, 7 de febrero de 2009

Al abrir los ojos quedó todo al descubierto. Las semillas habían sido senbradas. La astilla hundida en la herida. El húmedo hueco había sido llenado de pronto con más sombras y más soledad, y el hombre, pasmado, miraba dentro de la oscuridad buscando una salida. Caminaba a tientas y con sus manos intentaba aferrarse a algo sólido, pero nada le ayudaba: la oscuridad le hacía tropezar con los muros de piedra helada y la humedad le hacía perder el equilibrio. Estaba atrapado, herido y poco a poco la vida le iba abandonando. Simplemente se sentó y esperó conscientemente la muerte. De pronto una sacudida en el lugar le sacó de su concentración: una luz intensa se hizo y por el medio de ella una figura enorme se acercaba rauda a su encuentro. Para algunos esta podría ser una milagrosa aparición, sin embargo, el hombre atrapado vio en ella un regreso macabro a las largas jornadas de trabajo, una entrega pasiva a la rutina diaria y, sobre todo, a la soledad que le esperaba en el mundo exterior. Volvió a cerrar los ojos y se durmió.