jueves, 30 de octubre de 2008

Los cimientos de la Libertad.

Cimientos. Es insólito que tuviese que buscar esta palabra en un diccionario para escribirla sin falta de ortografía. Me río de la desconfianza que me ha atacado últimamente. No se trata de incapacidad, eso está claro, por lo menos para mí. Pero de pronto las palabras han cobrado un significado atemorizante. Ya no es un juego ni un placer escribir por escribir: con la obligación todo se convierte en una pena que se carga como una pesada cruz en los hombros. Eso es lo que provoca la escuela en los niños, el trabajo en los hombres y mujeres y la desocupación en los ancianos. La pérdida de la libertad, la tendencia a acostumbrarse y aceptar algo como una obligación son características propias del ser humano. Lo triste de esto es que nos hacemos, poco a poco, más insensibles a esta realidad, al punto que algunos seres viven la vida como autómatas que no ven por dónde caminan, ni sienten, ni oyen nada...la capacidad de desligarse de la realidad y tomar conciencia la vamos perdiendo a medida que nos acostumbramos. Sin embargo, todo es parte del gran juego en el que estamos envueltos. Quien sea capaz de salir de él merece, por lo menos, nuestro reconocimiento y respeto. Quien se atreve a dar el salto, el gran salto evolutivo de decir: "Aquí estoy y soy lo que quiero ser, y hago lo que quiero hacer", ese es el verdadero héroe, ese es el verdadero mártir. Mártir no es quien muere en circunstancias peculiares, sino quien en vida se atreve a ser peculiar.
A veces las tendencias mundiales nos obligan a seguir el ritmo que unos pocos establecen; algunos lo aceptan y viven en paz, pero otros, como yo, cuestionan todo, analizan todo, la sociedad los juzga de antisociales, raros y, a veces, ponen en duda su capacidad intelectual porque demuestran constantemente su incapacidad de seguir el compás. Los que no están satisfechos reman en contra de la corriente, los expulsan de las escuelas, de las universidades y son despedidos de los trabajos burocráticos. Son los que callan antes que gritar estupideces, son los que proclaman la libertad y la rebelión silenciosa de un alma; no las rebeliones grupales marcadas por la violencia y la esclavitud de una pauta mental impuesta, sino la revolución interna del alma que grita desesperada por un espacio más humano y más digno para todos y cada uno.
No adherir a un grupo, a una ideología o a una revolución violenta no nos hace ausentes ni estúpidos. Quizás la moda de hoy en día sea gritar en contra de alguna ley, quizás mañana quieran imponerla cuando ocupen un puesto de poder. Después de todo, lo más fácil es esconderse en el grupo y mover la cabeza de arriba hacia abajo indicando aceptación. Y los que tienen el poder llaman con sus alaridos roncos a los que pueden cumplir sus deseos y satisfacer sus necesidades. Por eso creo en una revolución silenciosa del que apela al cambio interno, al cambio del metro cuadrado, luego a los dos metros que lo rodean y así. Poco a poco el cambio se amplía hasta construir una sociedad más justa donde cada ser pueda elegir su propio camino y pueda alzar su voz en pos de ideales propios y no de los de una masa.

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